Los aficionados —algunos en broma, otros en serio— participan del futbol con fervor religioso. El juego los reúne en un espacio confinado y dedicado —consagrado— para una actividad específica, los asocia en torno de una creencia común —su equipo, la camiseta, los colores y la identidad de su “tribu”—, está provisto de una ceremonia o ritual —cantar los himnos, conocer las alineaciones, lanzar el volado, elegir el área y corear los cantos—, tiene sus propias reglas, sus héroes, sus mitos y su mayor reliquia que es el trofeo de la Copa Mundial de la FIFA.
Ve el artículo completo de Andres Roemer para El Universal.
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